República Dominicana 2025–2026: el espejismo del crecimiento y la realidad social
- Rafael Moronta
- hace unos segundos
- 2 Min. de lectura

Por: P. Marino Alcantara
Sacerdote, Diocesis Padre Montesinos
La República Dominicana continúa exhibiendo uno de los crecimientos económicos más sostenidos de América Latina. Las cifras oficiales hablan de estabilidad macroeconómica, expansión del PIB y aumento del empleo. Sin embargo, detrás de ese discurso optimista se esconde una realidad social profundamente desigual, marcada por la corrupción estructural, la captura del Estado y el desencanto ciudadano.
Hoy el país parece haber sido asaltado por una alianza peligrosa: una clase política que se hizo empresaria y una clase empresarial que se hizo política. A este fenómeno lo he denominado popicracia: una élite económica y social desconectada de los problemas reales del pueblo, que llegó al poder no por vocación de servicio, sino por cercanía, privilegio y oportunidad. Jóvenes sin experiencia política fueron colocados en ministerios y direcciones clave, no por méritos, sino por vínculos con el poder.
Paralelamente, el narcotráfico ha permeado peligrosamente la política dominicana. En los últimos años, legisladores, alcaldes y regidores han sido extraditados o solicitados en extradición por la justicia estadounidense. El flujo de drogas ha aumentado y con él los escándalos que evidencian una narcopolítica incrustada en las estructuras del Estado.
Aunque el Gobierno presume un crecimiento económico cercano al 5 % anual y presenta estadísticas favorables sobre reducción de la pobreza, la realidad cotidiana es otra. La canasta familiar supera los 54 mil pesos mensuales, mientras los salarios continúan deprimidos. El empleo crece, sí, pero mayoritariamente en la informalidad, sin seguridad social ni estabilidad laboral. Más de la mitad de los trabajadores dominicanos vive sin protección real.
La juventud enfrenta un horizonte desolador. Miles de jóvenes ni estudian ni trabajan: los llamados ninis. Sin paradigmas sociales sólidos, muchos ven en las redes sociales y en la fama inmediata la única salida posible, sustituyendo el esfuerzo formativo por la ilusión del éxito rápido.
A todo esto se suma una justicia selectiva. Un joven puede recibir prisión preventiva por robar un conejo o alimentos de subsistencia, mientras que escándalos multimillonarios —como el caso Senasa, donde se habla de decenas de miles de millones de pesos— avanzan lentamente entre tecnicismos, dilaciones y silencios. La justicia dominicana sigue pareciéndose a una serpiente que solo muerde a los descalzos.
La sociedad, por su parte, parece anestesiada. Hay indignación en voz baja, resignación y miedo. La oposición política aún no logra articular una respuesta firme y coherente frente a la corrupción y el deterioro institucional.
¿Qué nos espera en el 2026? Si no se producen reformas profundas, el país seguirá creciendo en cifras, pero no en dignidad humana. Sin un proyecto nacional que coloque al ser humano en el centro, la República Dominicana corre el riesgo de consolidarse como un país de élites privilegiadas frente a mayorías excluidas.
El verdadero desafío de la República Dominicana no es económico: es ético, político y espiritual.

